18 febrero 2013

El famoso díptico

En la presentación de nuestra opción de campo, entregamos algunos dípticos y muchos compañeros no alcanzaron uno de ellos, así que dejamos en este blog el archivo electrónico para su uso y de esta manera ustedes lo tengan a la mano por cualquier cosa.

JR.




17 febrero 2013

Algunas consideraciones sobre el campo.



1# 
 
Como todos saben, este año propusimos abrir el campo llamado "FORMACIÓN EN INVESTIGACIÓN EDUCATIVA E INTERVENCIÓN Y DESARROLLO DE PROYECTOS PARA LA EDUCACIÓN BÁSICA" del cual algunos alumnos tendrán todavía dudas, es por ello que la propuesta se encuentra mejor desarrollada en el siguiente video cuyas fechas corresponden al año pasado,
si quieres conocer el plan para este año, puedes descargar el documento completo AQUÍ
 
 



2
 
La práctica profesional será realizada en un municipio de la república mexicana (aún por definir), y al final de ésta, el estudiante tendrá derecho a una constancia con valor curricular de 360 horas, lo cual representa una ventaja frente a los demás egresados. En anteriores ocasiones las prácticas han sido en el Nayar, Atlamajalcingo del monte, Xalpatláhuac, Zilacayotitlán, etc.



3


PROPÓSITOS FORMATIVOS DE LA OPCIÓN DE CAMPO


- Formar profesionales de la pedagogía conocedores de la problemática educativa de nuestro país enmarcado en un mundo globalizado y sustentado en las nuevas tecnologías.
- Formar pedagogos críticos capaces de construir propuestas educativas innovadoras dentro y fuera de la institución escolar, sustentados en resultados de investigación de la realidad educativa y sociocultural de nuestro país.
- Ofrecer a nuestros próximos egresados una visión amplia de la pedagogía que les permita comprender el fenómeno educativo inherente a todo ámbito de interacción social (familia, escuela, comunidad, instituciones, empresas, medios masivos de difusión, la Web, etc.).
- Formar profesionales de la educación con concepciones plurales, sensibles a la problemática de la diversidad cultural y con visiones humanísticas, críticas y éticas de los procesos sociales en general y educativos en particular.
- Formar analistas educativos  críticos capaces de diseñar y ofrecer la investigación científica sobre la cual puedan apoyarse las propuestas y programas de intervención en distintos ámbitos sociales e institucionales.

- Incorporar al estudiante de manera integral en procesos de formación sólida que los prepare para continuar formándose de manera especializada, más allá de la licenciatura, es decir, en la continuación de su formación investigativa en el posgrado (maestría y doctorado). 



4
 
Para hacer de esto una realidad constatable, requerimos de ciertas características en nuestros posibles demandantes del campo:


Disposición para desarrollar jornadas de trabajo académico intenso.
 Comprometerse a no abandonar la Opción de Campo

En contraparte, los asesores de la Opción de Tercera Fase, ofrecemos:

 Compromiso y disposición absoluta de tiempo completo para asesorar los trabajos de los estudiantes, incluso en periodos vacacionales.
 Interceder ante las autoridades educativas para que al estudiante se le otorgue el permiso para desarrollar sus proyectos en una escuela.
 Gestionar el registro de todos los proyectos de investigación, innovación o intervención, ante la Comisión de Titulación de la Licenciatura al inicio del octavo semestre.
 Acompañar el proceso de elaboración del trabajo recepcional durante  todo el octavo semestre y presentar el ejemplar definitivo para lectura, en un plazo no mayor de tres meses posteriores al egreso.
.






4

EQUIPO DOCENTE:
Juan Ramírez Carbajal (Responsable)
Ana María Ornelas Huitrón
Javier Olmedo Badía
Miguel Ramírez Carbajal
Mauro Pérez Sosa
 


16 febrero 2011

Libros

Aquí los dos libros más recientes que hemos publicado
Esperamos sus comentarios, dudas y dentro de lo posible responderemos a todos ellos.


Condicionantes y razones globales que estallan el modelo educativo tradicional



El Proceso de Planificación para el Cambio Educativo: Una Propuesta desde la Planeación Estratégica (PES)



Estos son los libros anteriores, uno publicado en la "Colección educación" por la Universidad Pedagógica Nacional.



La Administración de la Educación.



 Los alcances de la función educativa del Estado mexicano.


12 enero 2011

Pedagogía y docencia

Miguel Ramírez Carbajal

Otoño de 2010

La labor docente siempre necesita una llave para ejercerse, generalmente se realiza con palabras. Los institutores tales han sido capaces de enseñar a otros a hablar bien. Gracias a esta labor nos hemos enseñado a transformarnos en los únicos seres con aspiraciones divinas. Creamos nuestras ideas y fantasías, trenzamos esperanzas, aprendemos a nombrar y a crear nuestro propio mundo interior, utilizando las palabras y los símbolos.

A lo largo de la historia, la humanidad ha producido políticos de gran clase y el punto de partida es la palabra. Porque para convencer (la clave es), hay que saber hablar y hablar bien. En algún momento de su vida los grandes oradores pasaron por la guía de un institutor para que se les enseñara –formal o informalmente- a argumentar y a convencer. La palabra también persuade. Por eso cuando hay hechos que ocurren en la realidad es posible que no veamos peligros ni advertimos los efectos multiplicadores que tendrán éstos, pero con ayuda de la sola palabra se puede lograr concienciar lo que ocurre.

El institutor capaz comprende que la palabra no sólo es un medio para difundir información. Las palabras tienen esencia de la que se ocupa la pedagogía, esa pedagogía que puede enseñar la construcción del discurso, su arte. Entonces si hablamos de arte, estamos hablando –siguiendo a Erich Fromm-, de teoría y práctica, combinación necesaria para el entendimiento abstracto del simbolismo y de las palabras signo. Eso significa ver la esencia y aquello que es inteligible.

Si esto como ideal de un institutor se logra, estamos llevándolo -a la manera de Bercovich[1] en aquella descripción del maestro griego-, a entregarse al amor, la belleza, el saber y la verdad.

A mi parecer ello encierra algunos problemas. Uno, sería cuando la educación es para unos cuantos. Si es exclusiva corre el riesgo de una formación selectiva produciendo sociedades fragmentadas, desiguales, porque la labor del institutor capaz será el elemento potenciador del dominio de unos sobre otros; otro, visto desde mis patologías, podría producir una compulsión social traducida en enfrentamientos violentos, cuya aspiración sería transformar la sociedad desde sus estructuras, refiriéndome a una sociedad como la mexicana llena de agravios, ofensas, egoísmos, desigualdades, pobreza, corrupción, impunidad, en fin, atomizada... También, claro, en otro tipo de sociedad, el institutor, en su afán educativo más noble, puede inducir a una sociedad de la Pedagogía moral (a la usanza de Bercovich). Porque cuando una sociedad actúa con moral, está actuando con verdad, porque sabe. Y saber generalizadamente no tiene otro resultado que, cuando se actúa con verdad, se actúa sin atropellos, con respeto y con certeza, por tanto, estamos ante el fenómeno de la justicia social.

Si una sociedad pedagógicamente justa se desarrolla, no habrá lugar a decir que el heterosexual es el sujeto “normal” y el homosexual el sujeto “anormal”, como ocurre con la persona de Sandoval Iñiguez (Cardenal de Guadalajara)[2] o el gobernador de Jalisco, discriminando a los homosexuales como “fuera de la normalidad” diciendo que “los matrimonios entre parejas del mismo sexo le dan asquillo”[3]. ¡Dios! Eso resulta anticristiano para el primer personaje y excluyente de gobernados en el caso del segundo.

La búsqueda por la pedagogía moral para mí, es una búsqueda por la razón. Para eso inventamos la lengua. Ella nos troqueló para diferenciarnos de las demás especies. Los seres vivos tienen lenguajes para comunicarse. Sólo que los seres humanos hemos añadido formas más arregladas para la sensorialidad de la comunicación.

Cuando se fueron inventando las palabras que sucedieron a las onomatopeyas, en ese momento nacimos también como humanos y le agregamos la razón.

Lo primero fue el sonido, el elemento sensorial. Mayor capacidad expresiva frente a los otros. Luego admitimos el concepto mediante el razonamiento que nos llevó a evolucionar. Ahora queremos seguir evolucionando pero no a la tutela del discurso mentiroso. Para eso necesitamos a la pedagogía que dirija con ayuda del institutor. Nuestra primitiva humanidad fue cobrando consciencia para inventar la lengua a través de la palabra como sistema humano de la comunicación. A través de la palabra fuimos desarrollando la inteligencia previsora, sagaz, atenta, vigilante, como categoría mental, nutriéndose de la experiencia.

Ahí se fueron formando nuestros pedagogos y nuestros institutores fundiendo entre la comunidad la elevación de un ser distinto a la sociedad animalesca, la sabiduría y el conocimiento. En esa acción que se ejerce de una generación adulta a la generación joven (véase Emile Durkheim, Las reglas del método sociológico), se puede apreciar cómo los maestros empiezan a liberar a los niños por medio del conocimiento, le dan un giro de los límites impuestos por el círculo familiar y social. Ahí los referentes juegan un papel determinante en el saber donde enseñantes y enseñados se cruzan en un lugar que se llama escuela. La escuela es donde se nos enseña que no basta con nacer humanos sino que hay que llegar a serlo. Como canta Fernando Savater “Hay que nacer para humano, pero sólo llegamos plenamente a serlo cuando los demás nos contagian su humanidad a propósito… y con nuestra complicidad”[4].

Cuando llegamos a instituir la educación como una forma de socialización, supusimos que enseñar es enseñar al que no sabe. Y ¿quién enseña? Fundamentalmente el institutor en la institución, fuera de ella la educación se da de manera informal y puede ser el adulto –aunque no rigurosamente-. Cuando la universalidad campea en una sociedad, los institutores son en sí los agentes de unión entre los mundos del barrio, el campo, los pueblos, las rancherías, las ciudades, los ricos, los pobres y otras clases sociales. De lo contrario, se educaría para mantener las diferencias de los humanos. Pero la misión ideal de los institutores es distribuir el conocimiento, entre niños pobres y ricos, es ir en serio sobre la ignorancia.

Sin embargo, existen diversas circunstancias que impiden la distribución del conocimiento que genere un efecto regulatorio de la sociedad que aspira a una cultura civilizatoria. Si se atienden temas como el salario de los profesores, la banalización del sistema, falta del reconocimiento al mérito, la promoción a base de resultados, organización y buenos proyectos pedagógicos, al margen de la frivolidad gubernamental, se facilita una sincronía de la deontología de los profesionales de la transmisión del conocimiento.

Pero volvamos a la palabra en la idea de ver la responsabilidad académica de los institutores. Cuando inventamos la lengua como mecanismo de comunicación humana, ¿estábamos realmente preparados para para una empresa de tal envergadura?

Con la onomatopeya el ser humano comienza a comunicarse y a crecer, pero se necesita afinar la capacidad expresiva. Si por ejemplo, el llover significaba un sonido que se expresaba mediante un sonido, ahora, se necesita identificar su intensidad; llueve como llovizna, llueve fuerte, es un huracán que produce truenos estrepitosos, o de plano es un diluvio. A todas estas expresiones le tenemos que agregar la gramática[5] para encontrar el segundo nivel de la lengua que es el símbolo. De la finalidad sonora de las onomatopeyas pasamos a gramaticalización y las matizamos. Las palabras las convertimos en sustantivos, en verbos, adjetivos o adverbios y así sucesivamente. Entonces los sonidos fueron capaces de parir infinidad de palabras nuevas en cada lengua (por eso hay palabras muy parecidas de un idioma a otro, será porque se desprenden de un sonido muy parecido). Con el simbolismo las palabras quieren decir algo, por ejemplo, cuando sube la temperatura decimos que tenemos calor, y cuando desciende la temperatura decimos que tiritamos por el efecto que el frío nos produce.

De ahí pasamos a otro nivel de palabras, cuando no tienen referente, cuando son palabras de significación abstracta, por ejemplo: Libertad, amar, crecer, pensar; y que de ellas se derivan sustantivos como; liberación, amor, crecimiento, pensamiento, en fin. Y en este nivel de palabras van apareciendo nuevas que se incorporan en la medida del avance científico por decir. Televisión, computador, ipod, hibrido, y más, porque no nacieron de una sonoridad natural.

Es evidente que estas palabras signo se van aprendiendo desde el seno de la familia aunque sean apropiadas de manera “ligera”. Pero es el institutor el encargado de lograr la mejor abstracción de las palabras signo. En la familia el sujeto aprende las habilidades primarias, las aptitudes fundamentales; cómo hablar, lavarse los dientes, vestirse, compartir la comida, diferenciar “lo bueno y lo malo”, en fin, las primeras formas de socialización, esas actividades necesarias que nos permiten sobrevivir de manera tersa. Después viene la “otra socialización”; la escuela, una manera de pulir mejores individuos. En el pulimiento escolar interviene de manera institucional el maestro. Ese institutor que guarda consigo una gran responsabilidad a pesar de sus fantasías, porque lejos de ser un agente de transmisión de conocimientos se convierte en un personaje que puede transmitir amor. El amor a sí mismo, y si se quiere así mismo, seguramente habrá amor hacia los demás. Amarte primero para amar a tu prójimo de acuerdo con la Ley mosaica del cristiano.

Es aquí que las palabras inician la subordinación a los actos si se actúa con verdad. Lo que digo es congruente con lo que pienso y hago. No se necesita desplegar tanta palabra porque mis actos hablarán por mí. Así el hombre domina su destino de justicia. No llegaremos al utilitarismo simple de decir que lo bueno será lo que nos produce placer y lo malo lo que nos produce dolor.

Pero hoy el institutor –implícito el pedagogo- no está logrando convertir a los jóvenes a las reglas del pensamiento si hablan y piensan en una lengua aproximativa. Indigentemente utilizamos las palabras como expresión de una descomposición cerebral. Entonces tendemos a mentir, a partir de la fragilidad desarmada del sujeto que tiene como herramienta el mínimo saber. Un saber obtenido no de la capacidad de un institutor sino de la banalidad de las imágenes televisivas. Nos demos cuenta o no, ese problema lo padece la sociedad, asistimos a una agonía anunciada de las palabras, a la crisis de la pedagogía y del oficio más bello del mundo: el ser institutor.

Hoy nos complacemos de una realidad artificiosa, delirante. No es difícil creer la mentira. La televisión repite y repite pero no demuestra nada, porque no es necesario. El consumo está garantizado siempre que no nos encontremos a nosotros mismos, somos incapaces del encuentro, pero sí encontramos el delirio propio. La lucha entre la escuela y la televisión está siendo aventajada por ésta última. Asistimos a la cancelación de la creatividad, de la imaginación, de crear a través de la acción. Nos hacen pensar que estamos participando, cuando en realidad, la televisión “teletonera” sí actúa, va a la acción, y el público a dos nalgas sentado se la pasa aumentando tejido adiposo.

El institutor no está sirviendo ya para advertir de tales peligros, más bien, está acompañando esos peligros. En cambio, los beneficiarios de esta situación, sí actúan, transforman “su mundo”, enriqueciéndolo con nuevos contenidos inversamente proporcionales a los intereses de los más. Los más hemos ido cerrando nuestros sentidos sin darnos cuenta, están anestesiados, les falta uso. Sólo reacciona la individualidad, el egoísmo, reaccionamos mecánicamente a lo que se nos condiciona (ordena). Nuestro pensamiento va por una vía y nuestro sentir por otro.

Cuando nuestros sentidos permanecen cerrados, estamos quedando en la minoría de edad. Con un niño no se puede dialogar porque no ha alcanzado el grado de madurez que lo pueda permitir. El niño lo podemos considerar amoral, porque no tiene valores superiores, su experiencia no se lo permite. Naturalmente ello tiene una cura: el tiempo. Cuando crece el sujeto, con ayuda de las bondades de la sociedad desarrolla sus sentidos. ¿Entonces? Parece patología social que se cancele el uso de los sentidos. “Toda nuestra cultura está basada en el deseo de comprar, en la idea de un intercambio mutuamente favorable. La felicidad del hombre moderno consiste en la excitación de contemplar las vidrieras de los negocios, y en comprar todo lo que pueda ya sea al contado o a plazos.”[6] La sexualidad se vende y se publicita hasta el límite de la pornografía y “…todo el mundo se halla de acuerdo sobre el sentido de lo sexual asimilándolo a lo indecente…”[7]. Al publicitarse hasta el hartazgo, el sexo se ha comercializado y ha llegado hasta la práctica escolar. Al grado que se juega con los bajos instintos de sexo y agresión. Vivimos en una Cultura de elementos mercantilizados. Se crea una conciencia feliz, falsa pero efectiva a la hora de negar el cambio.

Dice Susana Bercovich que la televisión ha generado el deseo de saber por el sexo. Hoy la televisión lo enseña a los niños antes de haber tenido una experiencia escolar, ella liquida esta curiosidad por saber del sexo, y agregaría, a pesar del círculo familiar.

Así como se degrada la apreciación por el sexo y el consumo y se tripula el pensamiento, se degrada el divorcio de la relación entre la sociedad y el Estado. La sociedad no construyó un Estado sectario, excluyente, creó un Estado para desarrollarla (veáse Isaías, pasaje bíblico), mediante el ejercicio delegado del poder, sin que se perdiera la idea de la sede del poder. Ahora el ejercicio del poder es una correa de transmisión de la desigualdad, la pobreza y la exclusión y los creadores de ese aparato de poder hoy le temen, cuando debiera ser al revés. Es justamente cuando se fetichiza el poder. Eso se llama corrupción.

El ejercicio del poder se cree que es la sede del poder, cuando el poder se debilita. Pero, ¿cómo se logra debilitar a la sede del poder? Este nuevo milenio nos ha demostrado el grado de influencia, de tripulación de las mentes, de ese mecanismo de dominio poderosísimo al que llamamos televisión (dicho sea de paso, es palabra signo) que potencia el debilitamiento del poder y el avance de la corrupción, del fetichismo del poder y el ensanchamiento de los poderes de facto. Frente a una sociedad debilitada el poder no delegado se sobrepone al poder delegado mediante mecanismos instituidos y constituidos. La televisión es uno de ellos y de los más importantes, se asemeja a los personajes de la obra mítica “…Platón nos dice que Aquiles es un hombre de verdades, Ulises, en cambio, es un mentiroso, pero aparece superior a Aquiles, justamente porque domina lo falso. En Ulises, el mismo hombre es a la vez falso y verdadero; sabe lo que dice, sabe no decir lo que es, puede decir tanto lo falso como lo verdadero.”[8]

Estamos frente a un Ulises gigantesco que se sabe tolerado por la debilidad de la sede del poder. El institutor pudiera detener este peligro, sin embargo acompaña a este peligro grotesco. Primero, la sede del poder no sabe que lo es. Segundo, el poder delegado cree que en él reside el poder, desde su voluntad impone, ilegítimamente, sus condiciones. Tercero, al no saber qué es la sede del poder, la comunidad permanece controlada y no quiere ser Aquiles, delega en Ulises. Cuarto, Ulises transmite felicidad sabiendo que no es verdaderamente la felicidad. Ulises echa andar la metis[9] en que desarrolla todo tipo de trampas, construye redes para su malicia. Su astucia es eficiente, tiene efectos multiplicadores ante una sociedad egoísta, individualista, sin raíz, que repite y se comporta como dice Ulises. Está entretenida con el fut bol, con la telenovela, espera con ansia enterarse de la nota roja a través del noticiero, o quiere que la pantalla le despierte efímeramente su lujuria. La metis de Ulises es hábil, se alimenta de la experiencia, le apuesta a la desmemoria, es atenta, vigila y controla. Utiliza las palabras empobrecidas a su favor, burla a los institutores porque transmite y penetra con más imágenes de significados simplones y forma a sus víctimas mediante mentiras “legales” y mediáticas, al grado que el sujeto no sepa distinguir entre realidad y ficción, entre verdadero y falso.

Ulises percude la palabra, la ensucia, la convierte de mentira en verdad. Dice que es: “Para vivir mejor”, en la felicidad. Pero Ulises establece una disyunción entre el saber y el creer. Él sabe que no es para vivir mejor, eso hace creer, pero lo transmite como si lo fuera, y la palabra percudida se traslada, a pesar de Aquiles, a los millones de aturdidos que no pueden lavarla. Necesitamos institutores que nos enseñen a desnudar la palabra mentirosa, que la democracia dé cuenta de los peligros de la democracia. Si los institutores no cuidamos el lenguaje denotativo[10] estaremos entregando derrotada a la sociedad frente a la humillación, la opresión y el dominio oligarca.

Cuando la mentira está detrás de la palabra sine qua non se rompe todo derecho, oscurece la pedagogía moral, atropella la legalidad y se recurre ineluctablemente a la fuerza. Saca de sus cuarteles al ejército, militariza absurdamente una Nación y se convierte un territorio en un lugar minado para cualquiera de sus miembros. A través del lenguaje de la fuerza, Ulises pretende ser el amo. ¿Se pretende reproducir por la fuerza las relaciones de dominio? Si esa es la intención, sale sobrando la palabra y el derecho[11] como el modo de garantizar la paz y la seguridad individual, entonces, asistimos de vuelta al estado de naturaleza, sólo que ahora con armas modernas y aparatos ideológicos perfectamente diseñados para cretinizar un grupo conformado por millones de televidentes.


[1] Susana Bercovich, psicoanalista, en la conferencia “Psicoanálisis y Pedagogía” para la Universidad Pedagógica Nacional Unidad Ajusco en alguno de sus auditorios, el martes 28 de septiembre de 2010.

[2] Cuando la Corte de “Justicia” de México declaró constitucionales las uniones entre personas del mismo sexo, el Cardenal, en un acto mediático, sin ánimo cristiano declaró que el fallo de la Corte estaba viciado porque seguramente el gobierno de la Ciudad había “maiceado” a los Ministros de la Corte. Lejos de ser cierto o falso (interpretado el maiceo como un acto de corrupción), la esencia del hecho radica en que las declaraciones del Cardenal de Guadalajara se centran en que la Iglesia Católica no es lo mismo que la religión. Amarás a tu prójimo como a ti mismo fue una prédica de los profetas adoptada por Jesús el Cristo. No se distinguen las orientaciones sexuales, en un cuerpo yace un alma y el alma hay que santificarla y salvarla, en el cristianismo no hay exclusión de las almas, solo amor, ese amor que ya nada tiene que ver con la Iglesia Católica, más preocupada por mantener un estatus que por la salvación y la vida eterna.

[3] Cito de memoria, noticia radiofónica del 13 de octubre de 2010.

[4] Fernando Savater, El valor de educar, Ed. Ariel, España, 2008, p. 22.

[5] La gramática es el estudio de las reglas y principios que regulan el uso de las lenguas y la organización de las palabras dentro de una oración.

[6] Erich Fromm, El arte de amar, Ed. Paidós, México 1983. pp. 14-15

[7] Sigmund Freud, Introducción al psicoanálisis, Ed. Altaya, España, 1999, p. 317.

[8] Ikam Antaki, El manual del ciudadano contemporáneo, Ed. Ariel, México, 2001, p. 222.

[9] En la mitología griega, Metis (en griego antiguo Μτις Mêtis, literalmente ‘consejo’, ‘truco’) era la titánide que personificaba la prudencia o, en el mal sentido, la perfidia. Wikipedia, la encicolpedia libre http://es.wikipedia.org/wiki/Metis_(mitolog%C3%ADa), 15 de octubre de 2010.

[10] Significado de denotativo: significado literal, descripción. Significado connotativo: es el que tiene una carga emotiva u otro significado por asociación, comparación por miembros de una cultura en particular. http://anagloria.blogia.com/temas/significado-denotativo-significado-connotativo.php. encontrado el 16 de octubre de 2010.

[11] Quiero aclarar que el derecho aparece para sustituir la fuerza, pero éste no se sostiene si aplicarla, implica el uso de la fuerza legal con la condición sine cuan non, siempre que ésta sea legítima. Que goce de la aceptación social para garantizar la paz y la armonía del grupo.

31 enero 2008

Mis molestias (Fragmento)




Nuevamente el maldito dolor que está quemando mi garganta. Tampoco resisto el estómago; soy un desastre.

Hace cosa de dos años fui presentado a la escuela. Era entonces el flamante profesor de quinto grado. Como a casi todos los maestros, esta vez me ha tocado repetir con mi grupo en el sexto año. A pesar de que me entrego por completo a mi trabajo con los niños (casi jóvenes) creo que no soy el mismo de antaño: mi voz ha perdido el tono de entonces. Todas las tardes, al llegar a casa tengo que hacer la rutina indicada por el médico: gárgaras con carbonato para abrir la garganta; descanso para que estas condenadas úlceras que han aparecido contengan el dolor y pueda comenzar de nuevo al otro día.

A veces he llegado a pensar que soy ese tipo de sujeto que todo le va mal en la vida. Me asignaron la escuela de turno matutino que está lejos de mi casa; no siento apoyo de nadie; tengo el grupo más complicado y por si fuera poco ahora soy el responsable de hacer de mis alumnos, los mejores candidatos para el nivel que sigue. No sé, siento que algo anda mal; que ya no tengo la fuerza para seguir, a pesar de que no soy un viejo.

Sin embargo, han sido muchos años: ya no puedo saltar como antes; correr con mis alumnos o integrarme a la cascarita de fútbol con ellos. Me gustaría estar en otro lado que no fuera como maestro de niños.

Bueno, basta de quejas. Hay que levantarse para ir a la escuela. Hoy tenemos junta de Consejo Técnico. Ojalá que en esta ocasión no se repita la escena desagradable de las otras. La verdad que no sé por qué tanta queja. Tal vez me estoy volviendo un viejo gruñón que ya no encuentra un lugar agradable en este mundo.

Como todas las mañanas, me encuentro solo. Mi esposa apenas me avisa cuando sale de la casa para ir a su propio trabajo. Ella es la que se encarga de llevara a nuestro hijo a la guardería. ¡lo que tiene uno que ver en estos tiempos! La verdad que yo no sé qué tipo de familia somos si únicamente nos vemos los fines de semana y a veces sólo para pelear.

Son las siete de la mañana; apenas tengo tiempo para llegar a la escuela. Esta maldita rutina que ya me tiene harto. El microbús, los empellones de los pasajeros. Eso cuando bien me va. Cuando no, he tenido que ir colgado de la puerta a riesgo de que en una de esas caiga al pavimento y se acabó todo.

Siempre salgo de casa con ese temor. Recuerdo cuando aún era muy joven y me colgué de uno de esas láminas de la muerte que en este país llamamos “chimecos” o “guajoloteros”. Camiones grandes que fueron hechos para transitar por caminos difíciles. Bueno la colonia donde viví lo ameritaba. La llamada zona conurbada a la ciudad creció sin mayor planificación. Ahí pasé gran parte de mi niñez y juventud.

La cosa es que en aquella ocasión el chimeco iba –como decimos los mexicanos- a reventar. Tenía que abordarlo porque para esos momentos el transporte sólo pasaba por horarios. Si no me subía iba a llegar tarde. Sabedores de la necesidad de los pasajeros, quienes conducían esas láminas de la muerte, subían a todo cuanto encontraban a su paso. Literalmente llevaban a la gente encima, dentro, colgados en las puertas y a veces en las ventanillas. Fue lamentable para muchos de nosotros haber nacido en esos lugares.

Ante tales circunstancias, encontré un lugar en la puerta trasera. Pero delante de mí, se había colocado una persona a la cual tenía que llevar abrazada con tal de alcanzar un tubo desde el cual yo me sostenía. Esta persona, que no era nada delgada ni agradable, de seguro estaba lo suficientemente cómoda. Yo por mi parte, comencé a cansarme en esa posición. La gente no se recorría hacia el interior del camión y muy por el contrario, seguían colgándose en cualquier lugarcito que encontraban. Comencé a sudar por el esfuerzo y mis manos poco a poco se estaban deslizando de aquel tubo del cual me sostuve durante algún tiempo. Sentí que eso era el último esfuerzo y que iba a caer. Seguramente la cara que estaba poniendo alertó a los pasajeros que estaban dentro y uno de ellos se dio cuenta que mi esfuerzo había llegado a su límite.

¡Jala al muchacho! – dijo uno de ellos. Sentí que dos manos tomaron de manera violenta mi chamarra. Fue cuando de plano me solté del tubo que me sostenía. Cerré los ojos y me quedé mudo.

No supe cuanto tiempo pasó, pero sólo fueron segundos. A mí me parecieron horas. El gordo que estaba frente a mí, finalmente se recorrió ante la insistencia de los dos que me ayudaron y pude colocarme en una posición más segura. Estaba exhausto y los que me ayudaron, un poco enojados y con gran susto, me dijeron: ¡cabrón chamaco, por poco te la partes, no te andes colgando así!

Asumí su regaño como si hubiese sido una bendición. Aquella ocasión puse cara de tonto y nunca más lo volví a hacer. Sin embargo, hay que decir que no tenía las obligaciones que ahora tengo. La escena –aunque de otro modo-, he tenido que repetirla ahora en los microbuses. Si llego tarde a la escuela, tengo que arreglármelas con la gente que me encuentro en el camino. Para ellos la hora de llegada son las ocho y no las ocho y diez. Ahora los padres de los niños, exigen del mismo modo que la escuela le exige a sus hijos. Creo que en cierto modo tienen razón. Las reglas de la escuela se han extendido a los maestros también y a veces me he quedado pensando sobre el sentido de todo esto. Ahora la normas nos controlan y disciplinan a todos por igual.

Las ocho de la mañana, ¡justo a tiempo!

Rosita, buenos días.

Buenos días maestro, me contestó con ese gesto amable que caracterizaba a la secretaria de la escuela. Era linda de verdad. Una mujer como de veinticinco años, soltera que, con sólo verla caminar valía la pena el día. Su cabello rubio hacía el perfecto juego con la piel blanca y lisa de su cara. Tenía una sonrisa de color carmín que desarmaba fácilmente cualquier cara enojada que se encontrara a su paso, sobre todo si era masculina.

Rosita era una de esas personas que hoy es raro encontrar. Bonita y amable; segura de sí misma y con una voz tan potente, que varias ocasiones me pregunté por qué ella no estaba en grupo. Era el prototipo de persona que debe dedicarse a la docencia, pero de algún modo la vida se había encargado de colocarla en ese sitio que a mí, francamente me parecía un desperdicio de sus capacidades. Siempre tenía un detalle para los maestros; los niños de la escuela le hacían rueda cada vez que podían y por supuesto era una de los objetos de la envidia permanente de las compañeras maestras de la escuela. En fin, esa era Rosita.

Como todas las mañanas, comencé por revisar el plan del día. Tocaba el turno al tema de razones y proporciones en matemáticas. Aunque valía de muy poco para mis compañeros tener una programación de actividades, yo siempre procuraba apegarme al diseño que a principio de año nos solicitaban a todos. No me parecía correcto ocupar mi tiempo en estar pensando los problemas, las estrategias, acciones, operaciones y tiempos de realización de cada cosa, como para que al final, hacer todo en forma desordenada.

Esto que conocimos como el plan anual de trabajo, se ha convertido literalmente en un rompecabezas para muchos de mis compañeros; bueno compañeras ya que en la escuela de turno matutino en donde me encontraba trabajando, yo era el único varón de la plantilla de profesores. Tal vez mi obsesión por el rigor, me había convertido en un animal raro entre mis compañeras. Hasta donde supe, yo era el único que trataba de seguir a pie juntillas lo que había programado. La escuela y todo lo que sucedía en su interior no se distinguía por el orden y sistematicidad de sus planes. Siempre algo echaba a perder lo que se había dicho antes. Era como una perversión: se exigía el plan, pero nadie lo seguía. Parecía como si la escuela fuera por un lado y la realidad por otro. No sé si el único que sentía un profundo malestar por estas situaciones era solamente yo, pero así era. Todas estas cosas había que padecerlas solo. Creo que ahí comencé a cansarme de la situación.

Aquella ocasión en que las razones y proporciones se convirtieron en objeto de la clase, también fue un parteaguas en mi vida. Nunca como entonces tuve la necesidad de problematizarme sobre la importancia de lo que estaba haciendo. Me sentí tan mal que estuve tentado a aventar todo al aire y salir de la escuela corriendo sin dar explicación alguna a nadie. Yo que me esforzaba por hacerme entender sobre los temas que al menos a mí me parecían realmente importantes, ahora no encontraba la razón de seguir ahí. Me di cuenta de pronto que la atención de mis alumnos se había situado en otro lado; que las matemáticas habían pasado a un lugar secundario en sus intereses y eso me dejó sumamente preocupado o yo no sé si molesto. Nunca como esta vez me vi en la necesidad de hablar con alguien sobre esto que estaba percibiendo como un problema. Pero al final, estaba solo.

Hice todo lo posible –y quizá hasta lo imposible- porque mis niños aprendieran razones y proporciones, pero era inútil. No hay nada más desagradable para un docente que explicar algo y que los alumnos lo tiren de loco; que lo dejen hablar y hablar hasta que se canse. Cuando al final se pregunta si se ha comprendido y uno escucha una respuesta afirmativa, pero falsa, el suicidio es lo único que queda.

Cuando me sucedió esto decidí proceder con calma. No iba a suicidarme, al menos no por ahora. A pesar de que me sentí sumamente frustrado (porque me consideraba un excelente profesor), estaba dispuesto a buscar respuestas a lo sucedido en aquella clase de matemáticas. Había ingredientes que no habían logrado mezclarse adecuadamente como en otras ocasiones. De hecho creo que el problema ya había aparecido en momentos anteriores pero ahora se manifestaban con mayor intensidad.

Comencé por la revisión del plan. Todo estaba en orden; la perfección de las estrategias y las acciones planteadas en él, parecían no ser el problema....

25 julio 2007

Pánico en el Quinto B


Juan Ramírez Carbajal

Aunque por ser maestro debiera contar una experiencia educativa, esta vez creo que debo sacar el miedo que aún siento. Cada vez que vuelvo a la escena se me enchina el cuero y mi cuerpo comienza a temblar. Alan Poe se reiría de lo que voy a comentar, pero para mí esto ha sido una experiencia que marcó no sólo mi vida escolar sino la vida personal.

Nada tiene que ver en lo sucedido los niños, los libros, la didáctica o los contenidos pedagógicos. De hecho nada de esto estaba presente esa noche de luna. Una noche fría que se había adelantado al invierno.

Todos los maestros estábamos preparando lo necesario para comenzar lo que serían las vacaciones de diciembre. Era la última semana de asistencia a clases y ese viernes de Consejo, nos pusimos de acuerdo para dejar todo en orden. Algunos obviamente no compartían la decisión y se fueron escabuyendo para que los más hacendosos hicieran su parte. Realmente a mí no me molestaba hacer lo que habíamos convenido entre todos en esa junta. Finalmente pensé que debíamos hacernos responsables de nuestros propios modos de encarar la vida.

Así se me fue la tarde y cuando menos sentí, era yo el último en la escuela: el director nos dijo que tenía otra reunión en la supervisión; las maestras tenían que ir por sus hijos, porque la escuela a la que asistían cerraría temprano por ser el último día de labores. Sólo el conserje quedó dentro del plantel, pero se retiró temprano, porque en ese momento iban a televisar nuevamente el partido de fútbol donde su equipo favorito se había coronado campeón del torneo nacional.

Asumí que las cosas son así porque la gente así las dispone y que uno tiene que hacer lo que realmente le haga sentirse bien. Aún me faltaba acomodar algunas butacas viejas en el almacén y como no tenía forma de llevarlas juntas porque no las aguantaba, comencé por la primera de aquellas tres que se quedaron en la recepción de la escuela.

Me cargué al hombro la primera butaca y enfilé hacia el lado opuesto de la dirección, sitio donde se ubica el almacén. Eran ya las siete de la tarde y en este mes los días son más cortos de lo acostumbrado. No quería tropezar con nada y decidí encender un viejo foco que tenía por función alumbrar todo el patio de la escuela. La penumbra era mucho más intensa que la pálida luz despedida por esta lámpara. De hecho, sólo las sombras que se reflejaban con las cosas me indicaban su sitio y de esa forma no chocaba con ellas.

No sé por qué en esa ocasión la obscuridad me dio más miedo de lo habitual. Por un momento supuse que no era el único que estaba pensando atravesar el patio, porque las sombras parecían tener vida; se organizaban y conformaban un panorama realmente aterrador. Algo de cierto había en mis presentimientos, porque el ruido que hacía el suave pero frío viento al chocar con unas láminas metálicas haciéndolas sonar unas con otras, le daba más espacio a mi incertidumbre.

Me enfilé decidido y caminé los primeros metros. De pronto una sombra se movió más rápidamente que las otras. Algo estaba ahí; a unos metros de mí pude percibir dos ojillos de color rojizo que me miraban fijamente. Creí que todo era producto del miedo que sentía ante la soledad el frío y lo oscuro de la noche. A pesar de que el foco en el patio daba algo de luminosidad, pronto se fue confundiendo con la blancura espesa de esa luna espléndida que aparecía en el oriente. Incluso pensé que al intersectarse ambas formas de iluminación me estaban impidiendo la visibilidad en lugar de mejorarla.

Decidido continué mi camino, pero sin quitar la vista de esas dos lucecillas rojizas que se dejaban ver debajo de una pequeña banqueta sobre la que se levantaba el muro del salón de quinto año B. Pensé que por ser una forma de refracción de la luz, se me perderían en la medida en que avanzaba hacia el lado opuesto de ellas, pero no fue así. Me di valor y seguí caminando con mi butaca a cuestas, pero esas insistentes lucecillas rojas me seguían. No podía distinguir qué era lo que provocaba que esas cosas se encendieran con tanta intensidad. Yo creo que fue la luz del foco lo que hacía su brillo, porque de haber sido la luna, habría distinguido el cuerpo que la provocaba. Y es que el foco, ubicado al poniente del patio no me dejaba ver lo que estaba bajo esa banqueta del quinto B.

El sólo recordarlo hace que vuelva ese sudor frío a mi cuerpo. Es como saber que se puede aparecer nuevamente por dondequiera que volteara. Por fin, quedé como a tres metros de aquel objeto centelleante. Sudaba frío y un calor indescriptible me recorría todo el cuerpo. No sé si por curiosidad o por miedo, bajé la butaca un momento y colocándome en cuclillas quise ver qué es lo que insistentemente reflejaba aquella luz. Mi miedo fue más grande y tomando la butaca sin cuidado alguno, a veces arrastrando y otras cargándola, me retiré del lugar. Casi corriendo llegué al almacén y aventé el mueble sin el mayor cuidado. Entrecerré la puerta del almacén y me dispuse al regreso para llevar otra butaca. Esta vez mi paso fue rápido; casi de trote. No quería dejarle ninguna oportunidad a los ojillos para que me tomara por la espalda.

Ahora ya sin estorbos en las manos, nuevamente me puse en cuclillas y miré debajo de la banqueta poniendo de por medio algo así como tres metros. Estaba decidido a investigar lo que había ahí. Bastaron dos o tres segundos para que los ojillos dieran un parpadeo desafiante. Luego, un chillido que terminó por hacer más grande mi miedo. Era una enorme rata.

El primer acto intimidatorio que me enviaba fue enseñarme dos largos y afiliados dientes frontales. Me erguí pero no podía moverme. Sentí que en cualquier momento la cosa esa se me lanzaría encima ante el menor movimiento. Moví mis ojos tratando de buscar algo que hiciera de arma frente a la bestia, pero yo sabía que cualquier movimiento de cualquier parte de mi cuerpo, sería suficiente señal para que el enorme animal me atacara. Me quedé quieto y el roedor blandía cada vez más furioso sus dientes; movía la cabeza de un lado a otro y cerrando los ojos, me advertía que estaba verdaderamente decidido a morderme. Un largo suspiro salió de mi garganta como tratando de calmarme. Yo mismo me trataba de decir que la inteligencia humana tenía que sobreponerse al instinto bestial. Lo único que se ocurrió en el momento de mayor temor, fue correr. Y así lo hice.

Sabedor de lo que estaba tramando, el animal se dispuso a atacarme. Comencé mi frenética carrera. Obviamente la bestia corrió tras de mi. Durante los primeros pasos, en el arranque, voltee para cerciorarme de que efectivamente estaba a salvo corriendo, pero no era tan así. Sin embargo el pesado cuerpo del animal le impedía darme alcance.

Jadeante abrí como pude la puerta de la oficina de la dirección. Estaba verdaderamente asustado y no deseaba saber qué había pasado con mi agresor. ¡Pero tenía que salir de ahí! No podía quedarme toda la noche. El corazón se me salía del pecho y mi respiración jadeante se confundía con el ruido de los motores de los automóviles que pasaban fuera de la escuela. De vez en cuando escuché al conserje gritando consignas a su equipo. A pesar de que sabía que era un programa diferido y que todo ya había acontecido, incansablemente les gritaba como si en ese momento el partido estuviera en su éxtasis. ¡Tírale cabrón! ; uuuuhhhhh!!!! , gol....gol....gool.....ahhhhhh!!!!! era todo lo que escuchaba de él. Era inútil que acudiera a mi auxilio.

La puerta de la oficina era la única salida. El portón principal de escapatoria estaba como a veinte metros de mí, suficientes para sufrir las consecuencias de ser visto por la bestia. Tampoco era buena idea salir por la ventana ya que el viejo –el director- sólo iba a esperar un pequeño desperfecto de su horrible lugar para acusarme de ladrón o algo parecido. Tenía que romper uno de sus vidrios para salir y aunque así fuera, eran demasiado estrechos para que mi gordo cuerpo cupiera por ellos. Situados a dos metros de altura hacían imposible mi escapatoria. . No tenía otro remedio que salir por la puerta de la oficina

Superando momentáneamente mi miedo, abrí discretamente la cortina de la puerta. Nunca maldecí con tanto coraje el decorado de la escuela como en ese momento. La puerta de la dirección estaba llena de barrotes. Desgraciado viejo, pensé. Ojalá que cuando los padres de familia se den cuenta lo que hace con el dinero de la cooperativa, se lleve sus barrotes con él. Creo que se sentirá como en casa si lo meten a la cárcel. Entonces me di cuenta que desde esta puerta se ve todo lo que sucede en los salones de clase, en el patio, en la conserjería, incluso en las bardas de la escuela. Todo lo tiene controlado; hasta el más mínimo detalle, nada escapa a su dominio.

Recapacité entonces sobre lo que yo quería ver en ese momento. No había nada a la vista. El patio estaba vacío, pero podía casi sentir la mirada de la enorme rata sobre mis movimientos. Entonces, voltee a mi alrededor y busqué una arma. No había nada más que el viejo material didáctico para geometría. Todo de madera. Yo mismo me habría reído de alguien que quisiera pegarme con un transportador o una escuadra apolillados. El metro no era buena idea porque sentí que al blandirlo por primera vez, iba a partirse en pedazos. Comencé a buscar debajo de una vitrina y nada. Por fin, al pasar por el escritorio vi que un trozo de madera más o menos grueso estaba debajo del escritorio. El viejo se protegía del frío que le provocaban reumas poniendo los pies sobre la madera.

Armado con el madero como de sesenta centímetros de largo, me dispuse a salir y encontrarme con mi oponente. Yo sabía que no había huido. Él era quien más interés tenía en agredirme. Lentamente abrí la puerta y sacando la cabeza miré a mi alrededor; por todas las orillas de las paredes donde se juntan con el piso. No había nada.

Arma en mano llegué al quinto B. Los ojillos no estaban o estaban cerrados. Miré para todas partes mientras mi respiración daba cuenta del miedo que sentía. Creo que eso me delataba frente a mi adversario y le daba mayor seguridad para el ataque. No sé por qué, sentí que el frío me taladraba la espalda de una forma diferente a las otras partes del cuerpo. Al voltear me di cuenta que ahí estaba. Ahora podía verlo cual grande era. La luz de la luna lo convertía en algo todavía mas horroroso. O quizá fue el miedo que sentía lo que agrandó su figura.

Lentamente voltee y de nuevo la criatura me mostró los dientes afilados y largos. Levanté mi mano armada y el animal pudo percibir mis intenciones. Creo que tenía claro que debía desarmarme antes de intentar otra cosa. Su inteligencia diabólica me confundía cada vez más. Maldiciéndolo, me abalancé sobre él. Corriendo hacia la oficina y sabedor de que lo tenía a tiro lancé el palo con todas mis fuerzas. Una serie de rebotes en el piso me hicieron ver que no había dado en el blanco. Finalmente se fue a estrellar a la puerta de la dirección. Al ver esto, el animal detuvo su huída, se levantó sobre las patas traseras y lanzando un chillido todavía más espeluznante, corrió hacia mí. Dando media vuelta, me fui directo al almacén. Quizá el miedo a ser mordido fue lo que me hizo correr con tanta velocidad que ni un perro me hubiera alcanzado.

Antes de llegar al almacén pude ver un cacho de tabique en mi camino. Nunca hubiera sentido tanta alegría de encontrarme con un pedazo de escombro con en esa ocasión. Sabiendo que me seguía, lo levanté y me di media vuelta. Corrí tras la bestia quien hábilmente se sintió nuevamente en desventaja. No le dio tiempo de meterse en su guarida del quinto B y se metió bajo una enredadera de hiedra que había invadido el piso del salón contiguo. No era un buen escondite para ella. Casi puedo adivinar que se dejaba mirar su pelambre con su enorme y rapada cola saliendo de las hojas de la hiedra.

No estaba seguro de que debía arremeter ahora contra ella. Estoy seguro que me mira; está midiendo mis movimientos. Pensé seriamente en varias posibilidades: si fallo el tiro me tendrá a su merced y esta vez puede ser que no alcance a escapar de sus mordidas. Creo que sintió mi indecisión y quiso escapar a su guarida del quinto B, que había quedado unos metros antes. Le cerré el paso: me puse entre ella y su guarida. En su loca carrera no pudo tomar la dirección correcta y no le quedó otra que los arbustos. Ahí estábamos los dos; rediseñando cada uno la estrategia a seguir.

Finalmente y sin perderla de vista, me fui hacia la dirección donde había quedado el palo que tiré contra el animal en la primera vez. No se movió y tuve la sensación de que ella supuso que no la había visto en dónde se escondía. Tuve que pensarlo de nuevo: el miedo que me invadía era realmente grande. Tomé aire y decidido, levanté el palo. Con la otra mano el cacho de tabique. Decidí continuar el duelo entre la enorme rata y yo.

Regresé al lugar donde la había dejado por última vez. Se dio cuenta de que no me había engañado. Al acercarme, se dio vuelta dejó ver sus enfurecidos ojos rojos; blandió los dientes afilados y chillando en tono de ataque se dirigió ahora lentamente hacia mí. Sabía que era la batalla final. Yo tampoco tenía otra salida. Enfrentaría a la bestia del quinto B por última ocasión. De un movimiento en semicírculo, la rata se me fue encima. Le lancé el palo, pero para evitar que rebotara sin pegarle, lo hice tomándolo paralelo al piso. El impacto se produjo. El golpe fue certero, pero no suficiente. Una de sus patas traseras estaba rota. Arrastrándola lastimosamente quiso continuar la batalla. Me quedé impávido de saber que no había logrado vencerla con ese golpe. Me quedé quieto y me pasé el cacho de tabique a la mano derecha, esperando no fallar en la segunda ocasión. No había más, ni para el horrible animal, ni para mí. Me tenía muy cerca y tenía también grandes posibilidades de morderme. Yo tenía demasiado miedo como para asegurar que le ganaría esta batalla.

Fueron unos segundos, pero parecieron años. Ambos tuvimos que medir las consecuencias de la estrategia tomada. Creo haber ganado el duelo de miradas. Lentamente volteó para su guarida y de modo súbito corrió con las tres patas arrastrando la cuarta. La seguí con el tabique en mano y al acosada dio media vuelta y me enfrentó de nuevo. El pánico que sentí me hizo soltar el tabique de cualquier forma; se lo tiré encima pero fallé. Un chillido largo, entre lastimero y de coraje inundó el ambiente. Estaba desarmado y ella lo sabía. Di pasos hacia atrás y al hacerlo tan torpemente perdí el equilibrio...me caí. Con las codos colocados en el suelo y apoyado en los talones de mis pies, me desplazaba muy lento. La tenía muy cerca. Caminamos así unos dos metros. Sudaba intensamente de miedo y cansancio ya que me ayudaba con las manos para alejarme de ella... ¡me tenía a su disposición!.

Entonces, cuando estuvo a escasos centímetros de mis brazos, inexplicablemente dio la vuelta y se fue.

No pude levantarme. Sólo la miré en esa horrorosa estampa que dejaba la pata trasera colgando. De vez en vez volteaba su cabeza para mirarme hasta que llegó a las hiedras. Ahí la perdí de vista.

Jadeando de miedo y coraje a la vez me levanté. Con lágrimas en mis ojos, provocadas no sé por qué sentimiento, me fui hasta la puerta de la oficina. Me senté en una de las butacas que faltaban de llevar al almacén. Recargado sobre la paleta, escondí mi cara entre las manos y me quedé no sé por cuanto tiempo.

Después de la calma aparente, decidí que no haría más. Me largaría a mi casa y no querría saber nada más del tema escolar. Entonces el viento comenzó a soplar como al principio; las láminas sueltas pegaban unas con otras. Oh dios, me sentí nuevamente vigilado y tuve mucho miedo de mirar a mi alrededor para saber lo que había.

Sin levantar la cara seguí ahí. De pronto sentí que algo hurgaba mi cabello y un escalofrío espantoso me recorrió de nuevo....dios qué es –pensé-.

Bruscamente me levanté e intenté quitarme lo que estaba en mi cabello. Con un grito de terror y con la mirada ensombrecida por el llanto me la quite de encima. Era la mano del conserje. Sólo pude abrazarlo de felicidad al ver que no era lo que yo creía. El buen hombre me llevó hasta su morada y me decía que le pareció completamente extraño haberme encontrado a esa hora. Le comenté lo sucedido. Amablemente pidió un taxi que abordé a la puerta de la escuela y me fui a mi casa.
Han pasado las vacaciones y llevo tres días de clases. Soy el maestro de quinto año grupo B. Ayer finalmente vencí el miedo y miré aquel lugar donde se había refugiado mi enemigo. Abrí la hojarasca y me encontré con el cuerpo agusanado de una enorme rata cuya pata trasera daba muestras de haber recibido un golpe que la rompió. Y entonces me di cuenta que yo había ganado la batalla.

Invierno de 2004




*Imagen "Saturno devorando a sus hijos" de Goya

23 julio 2007

¿Y la pedagogía?

Miguel Ramírez Carbajal
Marzo de 2004

Mi nombre es Miguel. Aquí un modesto comentario para el Seminario de Investigadores.

Durkheim tenía razón cuando afirma que la educación es la acción socializadora que se ejerce de la generación adulta sobre la generación joven (palabras más, palabras menos).

La generación de mis padres, la mía y la de mis hijos se diferencian en sus valores. Todavía algunos recordamos la jerarquía que se tenía de las figuras del maestro, el médico y el cura.

Hoy vemos cómo estas figuras se desvanecen y no es un problema total de la educación, sino de un contexto social. Antes los niños problema venían de familias problema. Hoy no sabemos con precisión de donde vienen. Campean las palabras obscenas desde los primeros años, la pornografía como tal y las drogas están al alcance de los menores, contemplamos, en nuestras calles violencia adulta e infantil inaudita. Y es innegable que las jerarquías institucionales se ablanden y el alumno forma parte de esta trasgresión. La anarquía es la ley que está rebasando a la Suprema de la República. Ahora parece que la escuela y los medios de condicionamiento electrónico y en menor medida los escritos tienen mucho que ver.

Ahora parece que la escuela se está adaptando al mundo mediático en lugar de hacer de ella un espacio de resistencia. Hasta los profesores discuten el Big Bhother y los famosos “videos” que asombran tanto a la opinión pública como cuando toman a alguien limpiándose el trasero o sacándose un “moco” (que es una acción común de las personas pero se vuelve escándalo cuando se evidencia quién fue).

De pronto los medios establecen qué temas debe discutir la sociedad. Ahora es la corrupción (de raterillos menores), antes el asesinato de Stanley, el beso de Martita con Vicente en el Atrio de San Pedro, la toma mafiosa del canal 40, etc., etc. El objeto es que los medios hacen que el País dé para eso y más.

Es cierto. Nuestra sociedad (aclaro a los extranjeros de este Seminario que me refiero a la mexicana) ha sido, amplia honda y generalmente corrupta. Cada quién a su nivel y si no, vean al “franelero” que nos cobra por usar “sus banquetas”, si no le pagamos la cuota nos metemos en líos. Su forma natural de financiamiento es la corrupción. Pero cuidado que hasta la corrupción está entrando en un proceso de descomposición; porque está dejando de ser un equilibrio de la injusticia. Cuidado, está dejando de funcionar. Y estamos volviendo a ser bestias. Si es que en nuestra historia ha sucedido, estamos dejando de usar la razón.

Tal parece que la tierra regresa ser plana con esta difusión despistada sobre la política. Si antes televisa se encargó de dividir a la sociedad en “americanistas” y “chivas” ahora la fragilidad de los subvalores sociales nos está llevando al retroceso y no precisamente de lo natural sino a la barbarie. Si así se ve soy fatalista.

¿Qué ha llevado a la descomposición?.

En y después de la Revolución Mexicana las dificultades se dirimieron a balazos (el último suspiro revolucionario dirimido a balazos entre las fracciones revolucionarias fue el henriquismo). Después nació el esquema de partido de estado para repartir a lo “civilizado” esas ganancias de la Revolución, se las repartieron equitativamente caciques, cabecillas, caudillos, etc. El PNR fue el mecanismo de ese reparto. Todos encuadrados y disciplinados después empezaron a “descobijar” entre ”la familia revolucionaria” y las disciplinas ya no resultaron tan efectivas como antes de 1988. El sistema de partido hegemónico-autoritario muestra una absoluta descomposición. Se trató de cubrir con la aparente “democracia” de apertura a la oposición y a la defensa de los derechos humanos. Muchos vieron como una bendición las reformas electorales y se llenaron la boca con la democracia difundida por los medios y hecha negocio por ellos mismos a través de las campañas electorales. El marketing, como hijo putativo de la democracia, fue el nuevo mecanismo de lucha por el poder. Hasta los asesinatos políticos se volvieron negocio para los medios. Desde entonces Jacobo y las grandes televisoras agendan los temas de conversación y de enseñanza distorsionada.

La televisión ha desplazado al más bello oficio del mundo; ser maestro. Ahora las generaciones están siendo despedazadas por los medios, que se encargan de distribuir el subconocimiento a los niños y atomizan a los individuos en general. El maestro es también un híbrido. Antes iba contra la ignorancia. Hoy tenemos maestros, muchos de ellos mediocres, su nivel está bajando igual que sus condiciones materiales. Esa democracia parece que con la escuela –de manera deliberada- no le ha servido a la escuela y a sus actores. Se ha banalizado al sistema educativo. La noble tarea de enseñar, el desarrollo del carácter, de la preparación para el trabajo, de la transmisión de valores, la han secuestrado los mass media. Y su crueldad contribuye a ampliar la brecha entre los individuos. En buena parte son los responsables de la desintegración social que estamos lamentando (algunos). Lo vemos en las desgracias del comportamiento principalmente juvenil.

También la enseñanza está dejando de encargarse del nivel de reflexión, de incrementar la pobreza del lenguaje con el “guey”, “padrísimo”, “buena onda”, etcétera, que han sustituido la estructura gramatical. Así como se descodifica el lenguaje se desestructura la RAZON (con mayúsculas). Se descompone la bóveda craneal –y si no vean a los microbuseros de la ciudad de México-. Nuestros niños, jóvenes y otros no tan jóvenes, están futbolizados, se apasionan por la “complicada” trama de la telenovela o por el escándalo televisivo que forma o mejor dicho condiciona su opinión.

Al ver la televisión creemos que estamos discutiendo la posdemocracia cuando ni siquiera hemos entendido –ni revisado- a los pensadores del siglo XVIII que dieron vida a la democracia moderna.

Hablamos de libertad de expresión cuando el ciudadano simple no tiene acceso a un micrófono y al contrario es censurado. Pensamos que lo sabemos todo a través de la “caja negra” (la televisión). Hoy la guerra se hace presente a través de ella o si lo deciden los medios la olvidamos. Los medios toman el lugar que legítimamente le corresponden a las instituciones de la educación. En ellos se dirimen los asuntos centrales del país: los “analistas” financieros dan diagnósticos de la situación económica, a través de la televisión conocemos a nuestros próximos gobernantes, dicen qué tan enfermo, tan moribundo, tan muerto y tan “dañero” fue el expresidente, se destituyen a funcionarios y representantes populares, y si no, pregúntenselo a Bejarano, Robles, Sosamontes y todo eso que nos tiene quietos en marzo de 2004.

No hagamos de la opinión mediática un asunto de conocimiento. No volvamos la opinión un ruido del ruido. Retomemos el papel de educadores. Saquemos al niño de esas entelequias, hay que ir a la disciplina, hay que interesar al estudiante... Hay que enseñar a comprender. Prolonguemos el razonamiento. Evitemos el retorno a la barbarie. Dejemos el rating y eduquemos a nuestra próxima generación.



*Fotografía "Muy bien, muy mal" Adolfo Ramírez